lunes, 16 de mayo de 2011

¿Hacia una evolución inteligente de las redes sociales?

Que las redes sociales hayan conquistado a una enorme parte de la población ya no sorprende a nadie. El acceso a facebook o a twitter, por citar dos ejemplos de las más conocidas, es cosa cotidiana en personas a priori alejadas de la tecnología, como gente de la tercera edad, usuarios con escasa formación académica, etc. A estos comportamientos han contribuido espectacularmente la revolución en los dispositivos móviles y la simplificación de la interfaz en las aplicaciones. Por decirlo de una manera general, se puede concluir que la explosión de la llamada Web social ha sido un fenómeno comparable a la explosión inicial de Internet en los años 90, y a estas alturas volver a explicar el fenómeno es tan reiterativo como innecesario.

Nuevo es sin embargo preguntarse hacia dónde evoluciona la Web social. Es conocido que cualquier tendencia, sea tecnológica, cultural, de ocio, etc. tras un periodo inicial de crecimiento vive una época de apogeo en la que se puede decir que “está de moda” y a partir de ahí inicia un lento decaimiento que la llevará a una feliz madurez o no. Matemáticamente la curva se asemeja a una campana de Gauss asimétrica, con su máximo cercano al inicio. Los factores que afectan a la anchura y altura de esta curva son tan heterogéneos como la aparición de competidores, la aceptación de los usuarios, etc.

En esta línea salta a la vista que la red social, la llamada Internet 2.0, está ya lo suficientemente madura después de 3~5 años de vida como para esperar una próxima evolución. Y partiendo de la base de que los usuarios de hoy son mayoritariamente los mismos que hace 5 años, podemos encontrar algunas de pautas que seguirá esta evolución examinando la transición de la Internet 1.0 a la 2.0 durante los años 2000; y apurando más, en la eclosión de la propia Internet en los 90.

A día de hoy es corriente encontrar gente que nos dice que se aburre en el facebook, que el flickr está muerto o que myspace ya no es lo que era. ¿Y realmente es así? En principio no, porque las aplicaciones son las mismas. ¿Entonces? Entonces la respuesta que nos dan los expertos en redes sociales es que los comportamientos de los usuarios evolucionan y son tan imprevisibles o complejos de analizar que parecen puramente aleatorios.

Mmmmm… vale, pero a lo mejor no es así. En realidad cualquier Web social lo que nos ha proporcionado en estos años ha sido  una sensación muy fuerte de sorpresa inicial. Hemos encontrado a nuestros antiguos compañeros de colegio, hemos vuelto a hablar con alguien que no veíamos desde los años 90, nos hemos intercambiado música, ofertas de trabajo, hemos convocado eventos. Nos han hecho sentir creadores y hemos pensado que las posibilidades de estas redes son infinitas… Y sin darnos cuenta hemos estado diciendo las mismas frases que dijimos durante la segunda mitad de los años 90 cuando empezamos a hablar de la sociedad de la información y el conocimiento. Por aquel entonces de repente nos dieron acceso a leer una página que alguien escribía en Singapur o a leer un periódico de Buenos Aires, y aquello nos pareció haber llegado a una meta final. No habría nada más.

Dejando a un lado la enorme revolución que trajo consigo, ¿qué pasó cualitativamente durante los primeros años? que Internet se llenó de páginas sin demasiado orden ni estructura. Que cualquier empresa ponía su catálogo de servicios en Internet y durante un tiempo aquello parecían las páginas amarillas. Se crearon miles de portales de acceso en los que típicamente se ofrecían noticias de agencia, un correo electrónico, un buscador de lo albergado en el portal, un plano de tu ciudad… Y en poco tiempo estalló la burbuja punto com, porque pasada la sorpresa inicial el público empezó a reclamar contenidos. Está muy bien tener disponible un periódico de Buenos Aires, pero en el día a día lo que el usuario quiere es comprar una entrada para el cine de al lado de su casa, escuchar la última canción que ha sonado en la radio y ver fotos del hotel de Canarias al que piensa ir en agosto. No quiere letras en movimiento o animaciones en flash ni grandes logos, lo que quiere es información. Y triunfaron las webs que albergaban contenidos interesantes. Triunfaron los contenidos y fue el gran mérito de los buscadores.

Google es la página más consultada de Internet porque los usuarios quieren orientarse. El filtrado de la información, la ordenación por importancia y la universalidad hacia a toda la red es la clave del éxito para satisfacer al usuario. Y tristemente a día de hoy nada de esto existe en las llamadas redes sociales.

Hoy, al igual que al principio de Internet, tras la sorpresa inicial los usuarios se están cansando de leer los comentarios anodinos de sus amigos, de ver la foto del nieto recién nacido, de enterarse de que alguien ha ido a una fiesta, etc. Como creadores de contenidos, el 99% de las personas somos muy pobres. Claro está que en las redes sociales se encuentran enlaces interesantísimos a noticias, artículos de opinión, invitaciones para usar herramientas y otras muchas cosas. Son el futuro. Pero están mezcladas con las fotos de la última despedida de soltero y la felicitación por la victoria de tu equipo. Y lo que es peor: la información está segregada por redes, es decir, no trasciende más allá del twitter lo que se pone en el twitter ni más allá de facebook lo que está en  facebook (salvo para el público más tecnológico que se instala herramientas que le enlazan de una aplicación a otra, pero esto representa un porcentaje mínimo con respecto al total de usuarios).

Hacen falta buscadores sobre las redes sociales. Hace falta categorizar, compartimentar o indexar la información. La red social que sea capaz de analizar y después ofrecer la actividad de los demás usuarios segregada por categorías se podrá llamar perfectamente Web 3.0. Y deberán hacerlo bien estas redes porque el usuario es exigente: cuando quiera información tecnológica exigirá ver los mejores posts (o twits, o como se diga dentro de 2 años), sobre tecnología. Si pide fútbol querrá los comentarios más graciosos, o los mejor informados, o los más reflexivos o críticos, etc. El reto para estas webs y sus diseñadores será ejecutar en tiempo real un análisis de la información de los contenidos, y deberán buscar algoritmos que empiezan a parecerse mucho ya a la inteligencia artificial.


Apéndice

Especulando un poco más se puede plantear una posibilidad pesimista: en un contexto de economía de mercado en el que se desarrolla Internet, cada semana o cada mes encontramos noticias sobre alguna determinada web que se vende o se hace de pago para el usuario. Escapa del propósito de este artículo analizar la libertad de Internet, pero sí entra alertar sobre la propiedad de los contenidos. En algunos países hay enormes batallas legales sobre la propiedad intelectual de la música, el cine, o cualquier creación artística. Hace unos años asistimos al cierre de napster. Hoy vemos que spotify se ha convertido en una web de pago, el futuro de skype es incierto… Pero esto no es nada extraño si tenemos en cuenta que la televisión de calidad ahora circula por canales de pago, que para algunas cosas la medicina privada es mejor que la pública o que para ver las mejores obras de arte del mundo hay que pagar la entrada a un museo privado. La explicación siempre es la misma y habrá que repetirla hasta la extenuación: el público demanda contenidos y a veces está dispuesto a pagar por ellos. El resto de la crónica son luchas periódicas entre una “democratización” y una “elitización” del acceso a dichos contenidos.

Probablemente en el horizonte del año 2013~2015, cuando exista la posibilidad técnica de apropiarse en tiempo real de la creación intelectual de cada usuario, se planteará el pago para acceder a redes sociales de más categoría. Quizá los expertos más seguidos de cada tema “ficharán” por una red al estilo del futbolista que ficha por un club, el directivo que cambia de empresa o el columnista que firma en un periódico. Quizá haya una Internet generalista y otra de pago más selectiva con contenidos de mayor calidad. Entra dentro de lo posible.

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